Comentario diario

Viernes 29-10-2021, XXX del Tiempo Ordinario (Lc 14,1-6)

«Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando». No son pocas las ocasiones en las que los evangelios nos presentan a Jesús siendo recibido en las casas de sus paisanos. Se nos dice que Jesús estuvo en la casa de Simón Pedro en Cafarnaúm, en la de Leví, en la del fariseo Simón, en la de Zaqueo en Jericó, en la de Lázaro, Marta y María en Betania? En algunas de ellas se encontraba como huésped y amigo, descansando a gusto y compartiendo momentos llenos de intimidad. En otras ocasiones comía rodeado de publicanos y pecadores, extendiendo la misericordia del Padre a todos sin excepción. Pero Jesús tampoco rehusaba la hospitalidad de los fariseos, aunque estuviera llena de doblez y fingimiento. El Corazón de Jesús no hizo nunca acepción de personas. Se acercó a pobres y ricos, a justos y pecadores, a judíos y extranjeros, a hombres y mujeres, a mayores y niños, a sabios e ignorantes, a malos y buenos? Todos tenían ?tenemos? cabida en su inmenso Corazón, fuente ardiente de caridad.

«Había allí, delante de él, un hombre enfermo de hidropesía». Si Jesús no hacía acepción de personas, sin embargo tenía una clara predilección hacia los más pobres y necesitados. Su Amor tan grande, que le hacía estar disponible para todos, le llevaba a estar especialmente disponible para aquellos de los que nadie se acuerda. Así es el Corazón de Cristo, un Corazón que sólo sabe amar. Mientras que los fariseos ?ciegos? sólo veían el incumplimiento formal de una ley y el cuestionamiento de su autoridad moral, Jesús veía la necesidad de un hombre enfermo. Una mirada era de juicio, la otra era de compasión y misericordia. Es emocionante descubrir cómo, a lo largo de las páginas evangélicas, Cristo ve precisamente lo que muchos no ven. Él se fija en los que ?en palabras del papa Francisco? son descartados de la sociedad, abandonados, dejados de lado. Estos siempre encontrarán un hueco en su Corazón.

«Dijo a los maestros de la ley y a los fariseos: ?¿Es lícito curar los sábados, o no??. Ellos se quedaron callados. Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió». No sabemos cómo ni por qué se coló ese enfermo en la casa de aquel distinguido fariseo. Pero, ciertamente, le robó a Jesús el Corazón. Y por eso el Señor, sin que le importara desairar al ilustre anfitrión, sin inquietarse por tiempos ni lugares, se para ante la necesidad de un hombre. Todos los comensales le estaban mirando, espiando sus movimientos, al acecho para cazarle en sus palabras. Pero eso a Cristo no le importa en absoluto cuando ve a un hombre en necesidad. Para Él eso es lo único importante. Porque Jesús sólo sabía amar.

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